domingo, 4 de diciembre de 2022

Centrum Kształcenia Zawodowego i Ustawicznego (Jaworzno, Polonia)

 El miércoles 30 de noviembre, Eduardo realizó la observación del instituto Centrum Kształcenia Zawodowego i Ustawicznego, que viene a significar algo como "centro de educación vocacional y de desarrollo". No obstante, los términos son intraducibles, pues corresponden a dos formas muy específicas de formación académica y profesional polaca.



Se ubica en Jaworzno, una localidad cercana a Mysłowice. El edificio apenas destaca entre otros bloques que más bien parecen industriales, pues no es una zona muy residencial. Se encuentra muy cerca de una central térmica de producción de electricidad, de combustión de carbón. Por eso no hay muchas viviendas cerca. Los alumnos tienen que desplazarse en autobús para acudir a la escuela.



De lunes a viernes es un instituto normal para adolescentes, aunque son cinco años en vez de cuatro, por ser una escuela técnica. Estudian los años de Liceo a la vez que salen preparados para una profesión. Los sábados y domingos es para adultos, donde sólo estudian las asignaturas de FP. En ambas modalidades hay clases de asignaturas muy prácticas de distintos ámbitos de formación profesional, que son, para los jóvenes:

  • Informática
  • Gráfica
  • Fotografía
  • Publicidad
  • Mecatrónica
  • Electricidad
  • Automatización
  • Programación
  • Logística

Para los adultos, los fines de semana, sólo hay:

  • Informática
  • Gráfica
  • Electricidad

En adultos, cuando lo desea el profesor, las clases teóricas se imparten a distancia. Los alumnos no necesariamente deben ir a todas las clases, sino que basta con un 50%. Dos tercios de las clases son prácticas.

En estas asignaturas no hay examen como tal, sino que sirven de preparación para un examen final externo de cualificación profesional (realmente, son dos exámenes). Ese examen se realiza en las mismas instalaciones del instituto, lo cual ayuda a los alumnos pues utilizan los mismos materiales con los que han aprendido.

Esta escuela es pública, no hay que pagar. Sin embargo, no dispone de tantas subvenciones ni de proyectos Erasmus, ni con tantas universidades, como ocurre con el Tadeusz Kosciusko de Mysłowice. Es una escuela grande, de todos modos, con considerables recursos materiales y humanos: unos 85 profesores, 900 alumnos jóvenes de lunes a viernes y 200 adultos los fines de semana. No falta espacio en tantos edificios, aulas, anchos pasillos, talleres... También cuenta con gimnasio, salón de actos y biblioteca.

Obtienen el título en polaco y en inglés, homologado para toda la Unión Europea. 

En las enseñanzas de lunes a viernes hay que hacer 80 h de prácticas en empresas. Los adultos pueden, pero no es obligatorio.

La profesora de francés Katarzyna Pelc y el director Damian Urbańczyk reciben gentilmente a Eduardo, que queda nuevamente sorprendido al comprobar que Kasia habla español perfectamente. Damian también conoce algunas palabras y expresiones. 

Kasia acompañará a Eduardo a una clase de mecatrónica, donde los alumnos montan y prueban un circuito electroneumático similar al del examen que tendrán que hacer; una clase de diseño gráfico, concretamente de edición de un retrato de una alumna con Photoshop y, finalmente, a una clase de informática, de hardware, donde los alumnos montan y ponen en funcionamiento una tarjeta gráfica en la CPU del ordenador.



Dos alumnos muy amables, simpáticos y agradables se ocupan de enseñar el instituto a Eduardo, también hablando español, tímida pero candorosamente. Véase más abajo el texto en primera persona escrito por Eduardo, en relación con esta fotografía.


Por último, Kasia y Damian se hicieron una foto frente a la entrada principal acompañados de la mascota oficial del instituto, también con la asistencia de un amable alumno que se puso el disfraz:




Apuntes personales de Eduardo Madrid, sobre las impresiones de este centro.


Durante mi visita a la escuela Centrum Kształcenia Zawodowego i Ustawicznego de Jaworzno, la primera inesperada sorpresa fue que la profesora Katerzyna Pelc, que fue quien me recibió y me acompañaría esa mañana, hablaba español perfectamente. Fue un alivio para mí poder comunicarme en mi lengua y descansar un poco del difícil polaco que apenas sé hablar. El director Damian Urbańczyk, que también sabía algunas palabras en español, fue igualmente correcto y amable al recibirme en su despacho, muy generoso con su tiempo y realmente paciente con mis preguntas, algunas de las cuales tuve que repetir porque no entendía bien el sistema educativo polaco.

Es formidable que se aprovechen así de bien los años de formación en el Liceo, obteniendo al mismo tiempo una cualificación profesional. Antiguamente existía algo parecido en España, pero ahora la formación profesional es un ciclo formativo independiente. Los exámenes oficiales externos del sistema polaco son también una buena manera de enfocar el aprendizaje, con una finalidad clara.

Las instalaciones, sobre todo los equipos disponibles para las prácticas de mecatrónica, informática, etc. me parecieron fascinantes. No faltaba de nada, aparentemente. Los profesores también estaban perfectamente formados y llevaban bien preparadas las clases, hechas a medida del tiempo disponible y del nivel del alumnado. Incluso Kasia Pelc tenía preparadas, en español y en polaco, listas de palabras para explicarme lo que estaban viendo en clase: un glosario de electrónica, de informática, de diseño gráfico… También tenía preparadas las posibles preguntas que yo haría. Es increíble la disciplina polaca en el trabajo.

Pero no fueron las instalaciones, ni los materiales, ni la escuela propiamente dicha lo que me sorprendió, sino que fueron los alumnos, hasta el punto de conmoverme. Los alumnos, siendo adolescentes, parecían pequeños hombrecitos y mujercitas con la madurez que aparentaban. Están a años luz de los españoles en el comportamiento y la responsabilidad. Además, me saludaban con una sonrisa, curiosos y divertidos, algunos en español: “¡Buenos días!”, “¡Hola!”. 

Hubo dos alumnos, también estudiantes de español, que habían sido seleccionados (o quizá eran voluntarios) para enseñarme el instituto, un chico y una chica. A pesar de que no fue breve el tiempo que estuve en el despacho de Damian, esta pareja esperó pacientemente fuera a que les tocara el turno de acompañarme. Eran muy tímidos, pero estaban encantados de desempeñar su rol de anfitriones ante un curioso visitante español. La chica, que era encantadora, lamentablemente no se atrevió a decir palabra alguna, mientras que el chico, aunque tímido, fue poniendo en práctica su español, todavía no muy avanzado, para nombrar y describir los lugares por donde íbamos. Se les notaba felices, contentos y orgullosos de ayudar a Kasia en la labor diplomática de mostrar su centro educativo a un extranjero. Tenían consciencia de la utilidad y de que era una situación especial y poco frecuente. En esas edades, cualquier sentimiento resplandece y se irradia, contagiándose, haciéndome a mí también sentirme joven, especial, feliz, consciente de que aquel momento era único. Ellos se dieron cuenta antes que yo y me pidieron hacerme una foto con ellos, para inmortalizar el momento. Ojalá me hubiera dado cuenta de lo valiosos que son momentos así cuando los he tenido, porque muchas veces los he dejado escapar. Pero ese paseo por un instituto en un barrio perdido de Polonia, junto a las enormes chimeneas de una central eléctrica, edificios grises, tuberías de hierro oxidado, ya se va a quedar en mi memoria para siempre gracias a dos muchachos con sonrisas auténticas, con alegría de vivir y con una certeza, quizá momentánea, de conocer su importancia, su ejemplaridad en la sociedad y su unicidad, porque esos dos chicos eran y serán únicos e irrepetibles.

 


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